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Por Maximiliano D’Onofrio
La chef Soleil Ramírez llegó a Estados Unidos hace siete años como refugiada política desde su Venezuela natal. Hoy, menos de una década después, está a punto de abrir Crasquí, su segundo restaurante en St. Paul, Minnesota. Una vida de perseverancia que afronta los desafíos de una nueva apertura con un combustible muy especial.
La idea en torno a su próximo emprendimiento comenzó hace varios años. Pero la vida de Soleil no ha sido fácil durante los últimos dos lustros, primero por haber tenido que abandonar su país de origen y, segundo, porque una vez hallada la paz en Estados Unidos, chocó con todos los contratiempos que significa ser inmigrante en tierra desconocida.
“La aprobación de los permisos de construcción tardó casi cinco meses. El plan era abrir en mayo y estamos empezando a construir en el mes que íbamos a abrir. Me costó muchísimo conseguir los fondos para poder abrir el restaurante por ser refugiada política. Tengo ya casi siete años aquí y todavía estoy esperando por mí permiso de asilo. Después de un año de lucha, nos dieron la última parte del préstamo”, comenta con un aire de agotamiento y satisfacción al mismo tiempo.
Crasquí abrirá las puertas a finales de julio y será un restaurant estilo fine dining. Un concepto diferente al de Arepa, su primer emprendimiento gastronómico en tierras estadounidenses, donde la idea fue “traer un pedazo de Venezuela” a través comidas más “al paso” propias de Caracas.
Con este nuevo proyecto, Ramírez plasmará sus años de infancia viajando por Venezuela en platos “más elevados”. “Es un paseo por nuestra cultura y la forma en la que cocinamos. Las recetas son de autor y están basadas 100% en mis conocimientos y experiencias”, subraya. Pero aquí surge otro problema: los ingredientes.
“Es muy difícil conseguirlos. Se intenta con lo que se tiene y lo que se puede conseguir. El clima aquí es muy distinto al de Venezuela, por ende, muchas cosas las traigo de Texas o Florida. Otras, como el queso venezolano, por ejemplo, son directamente ilegales aquí. Nuestro queso no es pasteurizado y aquí eso es ilegal”.
Similar ocurrirá con los pescados. “Nuestros peces en Venezuela son de mar, salvajes, y aquí no hay mar. Por suerte tengo proveedores que me facilitan mucho la obtención, pero tengo que resignar dinero en el camino”.
Debido a esto, pero también para imprimir un toque de dinamismo, el menú de Crasquí cambiará cada cuatro meses, para encontrar un equilibrio entre lo que se consigue de acuerdo a las estaciones y para ofrecer cierta renovación a los clientes.
Pero la distancia con Venezuela no es el único problema a sortear. Hay cuestiones propias de Estados Unidos que han la han forzado a cambiar los planes más de una vez.
“Por mi condición de refugiada política nadie me iba a dar $1.000.000 de dólares. Por eso buscamos una locación donde ya funcionaba un restaurant para así utilizar lo que estaba disponible y abaratar la inversión”.
La chef encontró un lugar que cumplía con sus expectativas: luminoso, con patio y con la posibilidad de, luego de algunas obras, dejar la cocina abierta “para que todos se sientan incluidos cuando vengan. Esto tiene que ser una experiencia”.
Al mismo tiempo, la inflación que azota al país hizo que replanteara números más de una vez. “Un tenedor que hace tres meses costaba $5 dólares, hoy está $7. Lo mismo una lata de Coca-Cola, o los envases para conservar la comida en las heladeras, que están un 30% más caros que hace poco tiempo atrás. Modifiqué el presupuesto más de una vez”.
En este sentido, la conformación y preparación del equipo también es un pilar grande del proyecto. Ramírez piensa albergar 150 personas durante el inicio y para brindar un servicio acorde necesitará de un equipo de 35 personas.
“Los sueldos después de la pandemia subieron mucho. Se dice que la nómina normalmente no puede ser mayor al 30% y hoy en día ningún restaurant debe estar por debajo de 42%”.
Si bien sus años de experiencia en el sector han hecho que cuente con gente que desea volver a trabajar con ella, entiende que “para una apertura no se puede tomar gente sin experiencia”.
“Debo entrenarlos a todos. Yo no pretendo que el equipo funcione perfecto de un día para el otro, pero los lineamientos del restaurant se deben seguir. Estuve muchos años del otro lado y aquí el maltrato no será tolerado. He visto chefs humillar a sus cocineros y eso no tiene lugar conmigo. Somos humanos, no números”.
Quizás estos valores le han servido de guía en un camino difícil, lejos de casa. Ramírez tuvo que escapar de Venezuela y con ello dejó en el camino no solo sus bienes materiales sino también lo que no se compra: el amor y el contacto con los seres queridos.
“Yo lucho día a día por sacar a mi madre de allí, ya que yo no puedo volver a mi país. Pude con mi hermano, no pude con mi padre, pero aún sueño con sacarla de Venezuela. La vi una vez en los últimos siete años. Soy terca y perseverante, y ese dolor es mi combustible”.
A pesar de todos estos desafíos y contratiempos, Soleil Ramírez es un palpable ejemplo de perseverancia y lucha. Un renacer que volverá a traer un pedazo de cultura venezolana a Saint Paul en el verano, cuando Crasquí abra sus puertas al público.