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Por Natalia Otero
Los Arroyos, uno de los restaurantes más famosos de comida auténtica mexicana de Santa Barbara, cumplió 25 años. El pasado 4 de marzo, vendieron tacos a precios muy bajos y churros, para celebrar el aniversario.
José Antonio, conocido como “Tony” Arroyo, creció en La Piedad, Michoacán, México. Cuando tenía 14 años, emigró a Los Estados Unidos, sin saber inglés y menos de 20 dólares en el bolsillo.
El primer trabajo de Arroyo, en Santa Bárbara, fue en el restaurante de pescados, Moby Dick. Empezó como limpia vidrios y rápidamente ascendió a camarero, barman, cocinero, jefe de cocina y, finalmente, director general. Así logró tener éxito en los Estados Unidos, y mantener a su familia en México, incluyendo la educación de sus familiares.
“Los Arroyos era un sueño que yo tenía en mente y mi ex pareja, María, me impulsó. El 4 de marzo de 1999 abrimos Los Arroyos. A las 3 de la tarde, del primer día, había vendido 20 dólares. Mi ex pareja estaba preocupada, pero yo sabía que iba a salir. A las 5 de la tarde vino una fila y a las 7:30pm había vendido toda la comida”, recuerda Arroyo.
Empezó con un menú muy simple, con diez platos y una cocina pequeña, pero de muy buena calidad. Las recetes originales eran de la mamá y la abuela. En esos primeros años cocinando en Estados Unidos, Arroyo llamaba a su madre y ella le daba trucos por teléfono. Su hermano, Juan, es especialista en aderezos, por eso, todos los que ofrecen en el restaurante son hechos en casa.
A lo largo de estos 25 años, los chefs que han trabajado en Los Arroyos han puesto su toque especial en las recetas, llevándolas a otro nivel. Hay un posole llamado Luisa Posole, porque ella lo modificó.
Muchos de sus empleados siguen trabajando desde que abrió el restaurante. Irma Damaso, la primera cocinera, y la mano derecha de Arroyo, es un caso de estos. Hoy, después de 25 años, tiene 180 empleados y restaurantes en Santa Barbara, Montecito y Goleta.
“En nuestro restaurante, la diferencia la han hecho los empleados. Sin ellos, no somos nada. Yo ya no tengo que estar tanto en los restaurantes, porque ellos los llevan muy bien. Lesly, Luisma, Arely, Jorge, Felipe, todos ellos, y más, llevan muchos años y representan a Los Arroyos”, dice. “Están los del restaurante y los de administración. Creo que aún me quieren porque los hago reír mucho”, dice, riendo.
El segundo restaurante, en Montecito, lo abrieron en 2004, un año después de que naciera el primer hijo de Tony, llamado Diego, y quien será el sucesor de los Arroyos. Tiene otro hijo, Samuel, que es menor.
“Algo que he notado es que la gente quiere abrir restaurantes mexicanos y creen que es vender tacos y enchiladas, y ya lo tienen. Pero, tener un restaurante es el negocio más difícil que pueda haber. La razón por la que hemos estado aquí 25 años es porque a mí me encanta el negocio: me encanta la comida, me encantan los empleados que son como familia”, comenta.
El tercero lo abrieron en 2009, y duraron con ese restaurante 10 años. Queriendo expandirse, en 2010, abrieron Arroyo Mexican Grill en Reno, Nevada. En 2016, Tony y sus inversores, abrieron Los Arroyos Mexican Restaurant and Bar, en Carmel, Indiana.
“Yo ofrezco algo muy fresco y auténtico. Compro todo al día. Las tortillas son hechas a mano, los aderezos caseros, las recetas auténticas y todo de alta calidad. Soy estricto en eso”, cuenta Arroyo.
Un platillo que sigue haciendo hoy, en honor a su madre, son los chiles rellenos: los rostizan, los pelan, los limpian, les echan queso fresco y le ponen harina. Los chiles rellenos son muy populares y los siguen haciendo porque le recuerdan a su natal México.
EL PORVENIR
Después de 25 años, Arroyo le da gracias a Dios de que “sigamos en pie. Cerramos dos restaurantes después de la pandemia, pero no perdimos empleados. Para el futuro, tengo la ilusión de que viene mi hijo y otras generaciones. Tengo empleados que sus hijos trabajan para nosotros. Yo nunca voy a descansar, seguiré hasta donde ya no aguante”, dice Arroyo.
A pesar de que no se mete a las cocinas, sigue al frente del negocio, viajando, visitando lugares y restaurantes para inspirarse. De todas formas, no hay mayor felicidad para él que la de llegar a su restaurante y sentarse en la silla designada para él y ver a los empleados de siempre, a los clientes de siempre, en ese espacio que ha construido con tanto amor y esfuerzo.
“Bendito sea Dios, soy un hombre que la gente conoce porque les di algo bueno”, concluye.
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