Foto superior: Fernando Sotelo y su padre Alfonso Sotelo trabajan juntos en la cocina de 5 Rabanitos. Foto inferior central: Alfonso prepara un plato.
Por Natalia Otero
En el barrio Pilsen de Chicago, 5 Rabanitos es, desde 2015, un restaurante profundamente arraigado en la memoria, la artesanía y la familia. Diez años después de su apertura, el proyecto entra en una nueva fase: el cambio generacional. Al frente de este proceso se encuentra Fernando Sotelo, hijo del fundador del restaurante, Alfonso Sotelo, y actual director general del mismo.
«Soy el encargado de supervisar todo lo que ocurre en el día a día: inventarios, horarios, asegurarme de que todo funciona correctamente», explica Fernando Sotelo. A sus 23 años, su función no es simbólica ni decorativa: es operativa, exigente y formativa. Hace dos años, tras graduarse en la escuela de cocina y completar cursos de gestión, asumió la responsabilidad con la mirada puesta en el futuro del negocio... y también en la eventual jubilación de su padre.
Padre, jefe y profesor
Trabajar en una empresa familiar tiene claras ventajas, pero también profundos retos. Para Fernando, una de las lecciones más complejas ha sido comprender que Alfonso Sotelo no solo es su padre: también es su jefe.
«A veces es difícil entender que no solo es mi padre, sino también mi jefe», admite. «Hay decisiones que tiene que tomar como propietario del negocio, y aunque yo piense que otra opción sería mejor para mí, él es quien mejor lo sabe».
Lejos de debilitar su relación, este enfoque exigente ha construido una base sólida de confianza. El padre es directo, estricto cuando es necesario y claro en cuanto a sus expectativas. «Al fin y al cabo, es su negocio, y tiene que ser duro para que yo aprenda lo que está bien y lo que no», dice su hijo.
Ambos coinciden en una cosa esencial: el restaurante debe sobrevivir y crecer. «Queremos que pase de uno a varios, que se convierta en una industria. Y para eso, primero tenemos que fortalecer lo que ya existe».
Aprender a ver el negocio con otros ojos
Una de las contribuciones más evidentes de Fernando ha sido ampliar la visión del restaurante hacia nuevas oportunidades. Alfonso, chef de profesión y tradición —trabajó durante 19 años en los restaurantes Topolobampo y Xoco de Rick Bayless—, nunca ha dependido demasiado de la tecnología, el inglés o las estrategias digitales. Fue la nueva generación la que identificó áreas sin explotar.
«Empezamos a ver las ventajas de los eventos, el catering y las diferentes formas de promocionar el restaurante», dice Fernando. «Nos dimos cuenta de que había cosas que no se estaban aprovechando».
Hoy en día, 5 Rabanitos explora activamente el catering, los eventos y las alianzas estratégicas, incluida su presencia en espacios universitarios. La reciente oportunidad de operar en la Universidad de Chicago ha abierto una puerta clave para conectar con las nuevas generaciones y seguir siendo relevantes en un mercado cada vez más competitivo.
Crecimiento con una base sólida
En 2024, el grupo abrió un nuevo local en Hyde Park, el barrio de Chicago donde se encuentra la Universidad de Chicago. Como cualquier restaurante, ha tenido días buenos y días malos, pero la visión es clara: primero la estabilidad, luego la expansión.
«Todos los restaurantes deben ser estables primero. Después, se construyen los bloques para crecer».
La idea no es crecer por crecer. El plan incluye consolidar las ubicaciones actuales, garantizar la rentabilidad y solo entonces evaluar si el futuro traerá más 5 Rabanitos, una evolución del concepto o incluso una propuesta más cercana a la alta cocina.
Cinco rábanos, una familia
El nombre del restaurante es, en sí mismo, una historia familiar. En México, el abuelo de Fernando vendía rábanos en los mercados para mantener a su familia. Los fines de semana, les daba una pequeña cesta a sus cinco hijos, incluido Alfonso, para que salieran a venderlos. De ahí viene el apodo: los cinco rábanos (5 rabanitos).
Cuando Alfonso decidió abrir su propio restaurante, quería que el nombre estuviera relacionado con su historia y sus raíces. Por eso todos los platos llevan rábanos como guarnición: una firma visual, pero también emocional.
Fernando no siempre se vio a sí mismo en este sector. Quería ser veterinario y, durante años, el restaurante era solo un lugar al que iba los fines de semana. Empezó como ayudante de camarero, lavaplatos y asistente. Tenía miedo de cometer errores y que le regañaran. Pero la pandemia lo cambió todo.
«Veía a mi padre cansado, estresado, devanándose los sesos por el restaurante», recuerda.
«Y comprendí que si me quedaba, tenía que echar una mano de verdad».
Había un acuerdo claro: estudiar, formarse y volver preparado. Hoy, Fernando no solo ejecuta, sino que también propone. Y aunque admite que «rara vez gana» a su padre en una discusión, cada idea que funciona se convierte en una validación silenciosa.
«Como hijo, lo que más deseas es la aprobación de tu padre», confiesa.
El reto de seguir siendo relevante
Después de diez años, el mayor reto no es abrir más locales, sino seguir siendo relevantes. «Hoy en día se abren muchos restaurantes que se promocionan en las redes sociales, y el reto es conseguir que la gente siga diciendo: "Quiero ir a 5 Rabanitos"».
Mantener la calidad, el servicio, la identidad y la conexión con la comunidad es fundamental. 5 Rabanitos es muy elogiado en Chicago: su cocina mexicana de alto nivel atrae a clientes de mucho más allá del barrio de Pilsen. Alfonso sigue involucrado en la cocina, supervisando las recetas, creando especialidades de fin de semana y trabajando codo con codo con un equipo que lleva años en el restaurante. Las recetas se documentan, se conservan cuidadosamente y se comparten entre padre e hijo.
Nada se pierde. Todo se transforma.
La celebración del décimo aniversario fue, fiel al espíritu del restaurante, una fiesta familiar. El equipo tenía el día libre... y sin embargo volvieron. Hubo mariachis, boleros, tarta, cerveza, clientes de toda la vida y mucha emoción. Como un cumpleaños.
Porque, al fin y al cabo, eso es lo que es 5 Rabanitos: un restaurante que no solo sirve comida, sino que también protege una historia, forma a la próxima generación y se prepara, con paciencia y habilidad, para los años venideros.